Se desinfló el globo que circulaba por las timbas y Bob Dylan se quedó plantado a miles de kilómetros de la alfombra roja de Estocolmo. Su presencia en las quinielas previas del Nobel de Literatura, por delante de compatriotas de la talla de Philip Roth o Thomas Pynchon, suena cada vez más a señuelo, a puro despiste de los corrillos académicos. Ganó Tranströmer, otro fijo en las apuestas que el año pasado a punto estuvo de birlar el medallón a Vargas Llosa. Pero, previsible o no, es de agradecer que, en medio de la actual debacle, la Academia Sueca proponga a los vapuleados habitantes de la Tierra abrir un libro de poesía y descubrir «una nueva vía de acceso a lo real». Todavía hay luz más allá de Goldman Sachs y sus tinieblas.