Hubo un cine que se hacía de carne y palabras, con guionistas enjaulados en su caravana tecleando hasta que les sangraban adjetivos por las yemas de los dedos y llegaba el regidor resoplando a buscar los diálogos porque había que rodar la siguiente escena en cinco minutos. Un cine construido con actrices insaciables, omnívoras y mimadas, de ojos delincuentes y letales, que siempre llevaban el salivazo de un insulto guardado en el liguero para escupirlo sin piedad al primer idiota que se les arrimase en la alfombra roja con la frase o la jeta equivocada.
A esa estirpe pertenecía la indómita Elizabeth Taylor, tal vez la última gran estrella de aquel firmamento irrepetible de cuando Hollywood era Hollywood y no esa triste sucursal de Wall Street que ha cambiado a los antiguos peliculeros por gélidos contables con manguitos. Aquel cine era la vida misma. Quizás porque en los camerinos se hablaba, se fumaba, se bebía y se hacía el amor como en la vida misma, y el celuloide, siempre permeable, se contagiaba de las broncas, los sueños y los adulterios que se perpetraban tras los biombos. Burton y Taylor, agigantados por el whisky y los divorcios, alzaban en la pantalla la fábula de sus propias desventuras y el espectador quedaba hipnotizado por aquel derroche. Ahora en los grandes estudios mandan ejecutivos que creen que el talento se puede subcontratar a una empresa auxiliar para recortar gastos y no se dan cuenta de que no recortan la factura, sino el propio arte. Aquel Hollywood era único porque era excesivo en todo y porque su historia no se escribió en los libros de balances, sino en los ojos de belleza casi diabólica de Elizabeth Taylor.
Genial el texto, Luis, me ha gustado mucho eso de que a los guionistas de antes les sangraban adjetivos por las yemas de los dedos. Un abrazo.
Gracias, Álex, vamos trampeando como podemos. Un fuerte abrazo para ti y tus huéspedes
Luís
Luis, me encanta!! Menos mal que nos quedan Kirk Douglas, Lauren Bacall, Elli Wallach, Joan Fontaine… y que las grandes multinacionales no pueden cargarse la magia de aquella otra manera de hacer cine!
Cuando Hollywood era Hollywood… Siempre hubo contables, desde luego, y Liz, como otros muchos, no era más que un producto de aquel cálculo de ganancias. Pero siempre había algo debajo que lo hacía muy diferente a la nadería que es hoy. Y creo que tienes razón: el secreto está en las personas, las de delante de las cámaras, y las de detrás. No eran ni mejores ni peores, ni más listas ni más tontas, ni más felices ni más desgraciadas: simplemente, eran personas, a la par que divinidades. Como los dioses griegos, llenos de imperfecciones, defectos y debilidades, no sólo virtudes. Hoy el lado oscuro ha desaparecido porque nos la cogemos con papel de fumar por cualquier cosa, y la publicidad es un canto de alabanzas. Puro envoltorio sin nada dentro.
Abrazos.