Me sorprendió oír el otro día a un político hablar del año once (2011, claro). Ya tiene mérito, pensaréis, asombrarse con lo que suelta un político, dada su capacidad para fabricar artefactos verbales inútiles (inútiles en el mejor de los casos, por supuesto). Pero, en fin, aquello del año once me conmovió, me sonó a película de romanos, al emperador Augusto y así. Como si se hubieran esfumado de pronto dos mil años y tuviéramos que empezar de nuevo desde el principio. Luego volví a tropezarme con el año ocho y el año nueve (del siglo XX) leyendo Viejas historias de Castilla La Vieja, esa delicia trazada por Miguel Delibes sobre un puñado de páginas, y comprendí que, en efecto, de vez en cuando conviene poner el contador a cero y ensimismarse con el chopo, los perdigones y el abejaruco como el sabio castellano. Tal vez sea más sensato olvidarnos del dos mil de aquella odisea en el espacio que nunca acabó de llegar y contar los años a pelo, con los dedos, como los parvulitos. Tal vez podamos empezar por ahí esa cura de humildad que estamos pidiendo a gritos.
Sí, sí, pero mejor dejar fuera al año 5; ya sabes, por la rima…
Parece que las tendencias anuncian la vuelta de las túnicas. No, si ya digo yo que poco a poco volvemos al Pleistoceno…
Abrazos.
No nos dejes tanto tiempo sin tus entradas. La de hoy, como todas, soberbia.Los políticos siempre tan atinados. No saben ni en el año en que viven.
Es que tuve ahí unos momentos Bartleby… Pero ya estoy de nuevo en la brecha (creo). Un abrazo, Nano.
Estamos en retroceso en muchas cosas, 39escalones, creo que la idea es volver a los tiempos de Dickens. Una época en la que, como decía Chesterton, había mucha gente que parecían personajes de Dickens… Un fuerte abrazo