El de porteador era un oficio noble, y hasta remunerado, en las películas de safaris, cuando el pobre indígena cargaba con el morral, los rifles y el whisky de importación mientras el bwana, sin apenas despeinarse, ligaba con la rubia de turno, que siempre salía algo pilingui. Hasta los sherpas, esos cachas que suben al Everest con los bultos de los occidentales en la chepa para que los señoritos no se agoten, salen de vez en cuando en los libros de alpinismo. ¿Pero quién se acuerda del estibador veraniego, de ese padre desvencijado que se arrastra por la arena, sepultado bajo el peso de la sombrilla, las cuatro mochilas, la nevera portátil, las tumbonas, la mesa plegable y esa cesta de los juguetes que parece un agujero negro en el que todo entra y nada sale? Ni el pupas. Eso sí, si no rechista, tras el tercer viaje entre el coche y la toalla al forzudo le dan cinco minutos para abrevar en el chiringuito. De algo sirve la Declaración de los Derechos Humanos.
Otro dia tambien puedes escribir de las porteadoras, q durante casi todos los dias del año llegan a casa con bolsas del super hasta en las orejas,ademas del carrito, el bolso, el niño y los bartulos del trabajo.
Y preparan la tortilla q se toman a la sombra los porteadores en la playa. Vamos, q aunque curren una vez al año no les pasa nada.
Bueno, Carmen, ya veo que eres mi lectora más fiel y más crítica, jajaja. Eso está bien. Otro día le zurramos a ellos, no te preocupes. Un beso.
Gracias, Nacho y José Manuel por ese retuiteo. Un abrazo!!!
Gracias, Jesús
Marta esos mosquitos son tigres, pero de Bengala. Un beso!!