Hay que desconectar, espeta, el veranito es para desconectar. La coña —o la paradoja, que suena más finolis— es que el pijolas que nos insiste mucho en eso de que hay que desconectar es el mismo que para irse a la casita rural con encanto, agazapada junto a una fervenza de postal en medio de la nada más absoluta, se asegura primero de que las pallozas del lugar sean enxebres, sí, pero que tengan wifi a diez megas y cobertura 3G. Porque, para desconectar, el urbanita aterriza en medio de las leiras con su todoterreno guiado por GPS, aunque el paraje caiga a un escupitajo de su dúplex de la periferia, y lo primero que hace, antes incluso de bajar a la suegra para que se airee, es comprobar que furula la PDA, que en las aldeas ya se sabe. Y así, para quedar desconectado del todo, se tumba bajo la parra enganchado al portátil, el Facebook, el móvil, el Twitter y el mp3, mientras el cativo, anestesiado, babea sobre la consola y el DVD. Toma desconexión.
*Artículo publicado hoy en la sección Rostro pálido de La Voz de Galicia
¡¡Que bueno!!.Tienes más razón que un santo.La gran mayoría,por desgracia para ellos,llaman a eso desconectar.
Desconectar de verdad ,es el mejor de los placeres.
Saludicos conectados.