La Voz de Galicia
Navegar es necesario, vivir no es necesario (Pompeyo)
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Vladimir Nabokov era un escritor exquisito, que adoraba la precisión y el proceso de caza de esa palabra exacta que luego él clavaba sobre el papel. El narrador se contagiaba quizás de las manías de su otro yo: el entomólogo que capturaba y clasificaba mariposas mientras los adjetivos todavía revoloteaban en su cerebro, aguardando a que se decantasen sobre el único lugar posible de una frase, de un libro. Nabokov no escribía de un tirón, como Cortázar o Neruda, dos superdotados que derramaban las palabras sobre una página con una asombrosa facilidad. Nabokov trabajaba cada rincón del texto hasta el último aliento. Por eso no entregaba sus títulos a la imprenta hasta que ya los había exprimido al límite.

Por estas y otras razones, el autor dio instrucciones expresas a su esposa para que, si moría sin rematar El original de Laura, el manuscrito fuese destruido. No sucedió así. Las fichas se conservaron hasta que el hijo del escritor, Dmitri, decidió recientemente rescatarlas y publicarlas en forma de libro, aunque en realidad no formen todavía un libro, sino unos apuntes. Unos bocetos magistrales, como su autor, pero bocetos al fin y al cabo. El volumen posee un enorme atractivo para el devoto de la prosa nabokoviana, porque permite asomarse a su proceso creativo y escrutar el esqueleto de esta sinfonía incompleta. Pero, con todo el respeto a otras voces más autorizadas, hasta que un texto se publica y ya se planta para siempre en manos de los lectores, el autor es dueño absoluto y único de su obra. Y nadie, ni siquiera sus legítimos herederos, tienen derecho a exhibir contra su voluntad, obscenamente, los andamios de su escritura, que forman parte de su inexpugnable soberanía.

*Artículo publicado hoy en el suplemento Culturas de La Voz de Galicia.