La Voz de Galicia
Navegar es necesario, vivir no es necesario (Pompeyo)
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Me contaba un amigo islandés que en su hermoso idioma -una lengua que todavía lleva adherida la música verbal de las antiguas sagas- hay veinte o treinta palabras diferentes para denominar lo que nosotros, de un lengüetazo, definimos como hielo a secas. Se ve que se nos escapan los matices, porque hay hielos y hielos. Hay hielos sólidos y monumentales, como esos sagrados penedos de nuestras antiguas montañas, y hay hielos sutiles, huidizos, que se funden a simple vista, como si tuviéramos bajo los párpados la mirada láser de un superhéroe. Y cada una de estas estructuras de agua helada, con sus microscópicos encajes y telarañas de cristal, merecen su propia manera de nombrarlas. Porque las cosas, si no las nombramos, apenas existen, se desvanecen entre los escondrijos de nuestra quebradiza memoria.

En Galicia, como ya no nos quedan glaciares desde hace unos miles de años, no es cuestión de buscar sinónimos para los mundos congelados, que solo atisbamos al fondo del supermercado. Pero tal vez podríamos levantar un iceberg de palabras para denominar algunas de las realidades con las que convivimos a diario, para dotarlas del matiz preciso del que a veces carecen. En su novela La niña de gris , José Manuel Otero Lastres hace decir a un personaje que en Galicia la palabra que más se escucha en verano es abrir , en referencia al permanente análisis colectivo del tránsito de las nubes sobre nuestras cabezas. Ese abrir es lo que la Academia define asépticamente como «empezar a clarear o serenarse». El monólogo aperturista del nativo discurre así: Va a abrir. Está abriendo. A ver si abre. Malo será que no abra. Parece que va a abrir. Ya no abre. Y así hasta el infinito. Yo creo que, para no ser menos que los islandeses y sus cubitos de hielo, nos merecemos veinte o treinta sinónimos de nuestro enxebre abrir . Para que luego digan que no somos un país abierto.