Herman Melville (Nueva York, 1819-1891) escribió dos libros que invocan el silencio. En plata: dos libros que invitan a no escribir ni una sola línea más, a no sumar estériles párrafos a la historia de la literatura, quizás ya consumada en sus páginas. Uno se titula Bartleby, el escribiente, donde su protagonista pronuncia la célebre frase, «preferiría no hacerlo», que Enrique Vila-Matas convirtió luego en lema de los escritores que un buen día deciden callar para siempre: los Bartleby.
El segundo y definitivo navajazo a la yugular del sistema literario se llama Moby Dick y provoca el mismo efecto: quien lo lee se ve aplastado por la abrumadora (y casi castradora) belleza de este texto, que lleva al autor contemporáneo a pensar muy seriamente si merece la pena escribir algo después de llegar, sin aliento ya, a este último y demoledor párrafo: «Entonces volaron pájaros pequeños, chillando sobre el abismo aún abierto; una tétrica rompiente blanca golpeó contra sus bordes escarpados. Después, todo se desplomó y el gran sudario del mar volvió a extenderse como desde hacía cinco mil años». Un punto final que prácticamente es un punto terminal, sin retorno posible.
Porque hubo un tiempo, atrapado en los versos de las sagas islandesas, en que el mar era «el camino de las ballenas» y en Nueva Bedford, el puerto donde arranca la aventura del grumete Ismael, los padres daban ballenas como dote a sus hijas, regalaban marsopas a sus sobrinos y cada noche quemaban velas de esperma. Ese mundo, claro, ya no existe. Por eso hay que leer Moby Dick, para embarcarse junto a Ismael y el capitán Ahab a bordo del Pequod en busca de la gran Ballena Blanca y así «conocer la parte líquida del mundo», como anuncia el grumete en ese incontestable directo a la mandíbula del lector que es el comienzo de esta novela única.
Hay que leer Moby Dick antes de que los apologetas de lo políticamente correcto y los radicales del ecologismo mal digerido promuevan su prohibición (todo llegará). Hay que sumergirse en estas páginas excesivas, por momentos casi bíblicas, para entender de qué están hechas nuestras entrañas.
*Texto publicado en el suplemento Culturas de La Voz de Galicia, el 1 de agosto.
Como tu dices,seguro que todo llegará.Leí Moby Dick hace mucho,pero al leer tu articulo,como que la voy a sacar de la estantería y me voy a refrescar,seguro, con esta aventura que ocurre en la «parte líquida del mundo»
Saludicos
Puedo hacerte muchos comentarios a tu entrada, pero «preferiría no hacerlo». Por si alguien no lo sabe, mañana a las 20.30 todos a la librería Arenas a la presentación del libro de Luís «La noche de las palabras». Premio Fernando Arenas de Novela 2009. Es genial, pero del mismo modo preferiría no contaros más para que disfruteis leyendolo.
Un día de calma y calima en el mar de Alborán, mientras flameaban las velas en la botavara, me adormecía en cubierta bajo el primer sol del mañana, arrullado por el crujido de los cadenotes, acunado por un cadencioso y leve balance.
Un turbador resoplido, alteró la piel del mar muy cerca de la brazola donde dormitaba. Cuando giré la cabeza, vi un gran ojo que me observaba. No podría decir durante cuanto tiempo había permanecido a mi lado aquella ballena haciendo guardia a un velero inmóvil en un limbo blanco de agua y cielo. Después de aquel encuentro nadamos juntos más de una hora. Cuando tomé el cabo que como un cordón umbilical me unía al barco y subí por la escalerilla, ya había desaparecido.
Tiempo después, al caer la noche, durante la temporada de los vientos de cuaresma, navegando en popa redonda mientras bojeaba el sur de la isla de Guadalupe…. viví grandes momentos de angustia, cuando un claro de luna me dejó ver una rompiente en lo que tenían que ser aguas francas, . Podría ser en un contenedor perdido, flotando a medias aguas -pensé aterrorizado-. Largue las piolas del piloto de viento y gobernando a mano a fin de evitar una trasluchada involuntaria, conseguí orzar poco a poco y dejar la espuma blanca por babor. , Justo entonces, sentí un gran resoplido y la misma mirada… era una ballena dormida que me siguió por dos días hasta el Estrecho de los Vientos. Todavía hoy pienso que era el mismo animal, siguiendo mi estela a un lado y a otro del océano.
La parte líquida del mundo, Carmen, a menudo es más interesante (y estable) que la parte sólida. Gracias por el comentario.
Nano, gracias por esa apología de mi novela. Nos vemos mañana!
Prometeo, qué hermosa historia nos has dejado aquí. Me imagino ese gran ojo de ballena al acecho. Un abrazo! Nos vemos mañana!
SALUDOS DESDE VENEZUELA. GRATAMENTE HE LEÍDO ESTA ENTRADA Y SUS NO MENOS INTERESANTES COMENTARIOS. ME LLAMÓ LA ATENCIÓN EL NOMBRE DEL LIBRO «LA NOCHE DE LAS PALABRAS». QUISIERA SABER UN POCO MÁS DE SU TEMÁTICA. ACTUALMENTE LEO DIVERSOS MATERIALES. GRACIAS A SUS APORTES PROCURARE INCLUIR A LA INMORTAL «MOBY DICK» EN MIS LECTURAS DIARIAS. GRACIAS, COMPAÑEROS.