Ya que andamos con V-M y su Dietario voluble, vamos a adentrarnos en el debate que propone este libro sobre los hikikomoris, esos jóvenes japoneses que renuncian a salir de su cuarto y se montan una vida paralela en el interior de la habitación, pertrechados, eso sí, con todo tipo de artilugios electrónicos. Hikikomori en japonés parece ser que significa aislamiento, que es lo que buscan estos adolescentes abrumados por ese Japón abrumador en el que habitan. Como Japón lo tiene todo, el rapaz se achica y se queda en los toriles, digo, en su cuarto.
Internet, claro, es el paraíso del hikikomori, porque brinda al introvertido chaval una ocasión única de asomarse al mundo, pero sin mancharse demasiado, limitándose a observarlo atrincherado en sus seudónimos desde la pantalla de un ordenador (portátil, claro, que el otro no cabe en la cama). El hikikomori creo que nos mira a los del mundo real como nosotros, los del presunto mundo real, miramos a los animales del zoo. Somos las cebras de los hikikomoris, que nos escudriñan con mucha atención, como si, efectivamente, también luciéramos listas blancas y negras sobre la piel.
V-M habla mucho del viaje hikikomori por el interior de la habitación, que es una forma de viajar como otra cualquiera. Y, además, es la máxima expresión del viaje low cost. Es el low cost reducido a su mínima expresión. A cero, vaya. El viaje hikikomori es más barato incluso que los viajes del Imserso. Y ni siquiera hace falta chándal. Se puede practicar en pijama (o en bolas). El viaje hikikomori me recuerda a aquellas viñetas en las que se veía, por ejemplo, al tío Gilito dando vueltas y más vueltas en su cuarto de pensar, de forma que en el suelo se iba abriendo un surco cada vez más profundo en el que Gilito se iba hundiendo a golpe de pinrel. A lo mejor es que el viaje hikikomori no es más que un viaje al centro de la Tierra.
De todas formas, toda la movida esta de los hikikomoris es un poco el cuento (en este caso japonés) de poner un nombre nuevo a una cosa de siempre, porque gente que no sale de su casa hay mucha en la montaña de Lugo, pongamos por caso, y no van de hikikomoris ni de nada por la vida. Se quedan en su palloza y listo. Y ni siquiera tienen conexión a Internet. Puestos a rebuscar, una de las pioneras del movimiento hikikomori podría ser la madre de Norman Bates, con su legendario moño. Es el moño fundacional que inaugura la religión hikikomori.
Me iría más allá en la tradición aislacionista (sin connotación peyorativa, ni tan siquiera negativa) para construir o reconstruir un universo. A los eremitas clásicos, a esos Hiperiones contemplativos. Y no descataría a los matemáticos abstractos y los físicos cuánticos, aun anteriores a «mamma Bates» como expresiones «externas» de la sociedad. Volpi, aunque no trabaja sobre esa condición, tiene una colección de ellos en «En busca de Klingsor».
Saludos, L. Siempre un gusto pasar por tu blog.
D
Ermitaños del siglo XXI, en vez de abrirse mundos espirituales se los abren virtuales. Seguro que no tienen mi ADSL…
El problema de la señora Bates es que estaba fiambre perdida desde que Normancito le dio a ella y a su rollito de primavera un té envenenado (creo que era un té) y los pasaportó ad infinitum. Aunque, por otro lado, quizá sea el icono perfecto para estos japoneses tan raritos. Hay que ver qué personal: unos se quedan encerrados en casa sin salir, otros se van a concursos de televisión a que los apalicen.
Eso sí, la foto es de su mejor perfil.
Saludos.
Gracias, Diego. Es cierto que los ermitaños también fueron unos pioneros del movimiento hikikomori. En efecto, Alfredo, mamá Bates estaba kaput, pero quién nos asegura que los hikikomoris no estén también todos muertos. A lo mejor sólo son avatares inventados por algún robot que pululan por Second Life como si fueran personas de carne y hueso. Me alegro de que te gustar el perfil de la madre de Norman. Había, como bien sabes, otras imágenes más siniestras, pero perdían misterio.
Un fuerte abrazo!
Luís
La realidad virtual del los hikikomoris me recuerda al mito de la caverna. Son voluntarios anacoretas que solo ven sombras pensando que son la realidad. Cierran las ventanas porque la lux exterior les ciega y les duele. Su vida se ha adaptado a las siluetas proyectadas por las estatuas que manejan unos desconocidos. No precisan pensar, ni crear, ni imaginar, porque la ficción les ha dado todo para evitarles el esfuerzo. . Cuando su artificial felicidad se ve alterada, sienten deseos de suicidarse o de matar a quien intenta explicarles la verdad.
Platón diría que es este un tiempo comprometido para los filósofos.
Los de la montaña de Lugo según mi humilde entender son la antítesis de los hikicomoris. Aquellos viven inmersos y sometidos a la “nobleza” de lo natural Este es un sometimiento liberador. Aislarse de todo, para amalgamarse en el todo. Por el contario los hikicomoris piensan que dominan y solo lo hacen sobre unas ficticias y alienantes sombras.
Me ha gustado tu comparativa de los hikikomoris japoneses con los gallegos, no te falta razón…
Perdona Luís por seguir siendo irreverente y en este caso criticarte por comparar dos actitudes parecidas pero totalmente antagónicas. Los de la montaña de Lugo son los últimos aborígenes, los últimos mohicanos que se niegan a abandonar su territorio. Entre ellos se entienden, pero no nos entienden a nosotros. No sufren agorafobia, viven más en el monte, en el pradom más al aire libre que nosotros mismos. Los hikikomoris, se encierran y su madre les da la comida por debajo de la puerta. Unos se encargan de mantener heroicamente los últimos vestigios de una cultura que nos ha traído hasta aquí. Los segundos son unos parásitos que viven gracias a que los mantienen sus padres
ah, que alivio que nombrases a los del interior (al lado de la cocina de siempre)
yo es que a veces salgo de trabajar (como hoy) con ganas de q me metan en una «cheka», o algo así; Harta de ruido,teléfonos, gente, demandas, gritos…enseguida se me pasa, basta un rato de lectura, o de siesta.
Lo de Japón me parece q es más grave, o no, es otra cultura;(maldita competitividad) pero lo de no tener ganas de salir al ruedo del mundo, me parece que nos pasa a muchos, algunas veces (encima estos días el tiempo climático, ayuda)
saludos
Prometeo, Marta, María… siento el retraso en contestar vuestros comentarios, pero este fin de semana estoy trabajando y «no doy hecho» como diría el otro. Aunque sea una paradoja, estoy de acuerdo con los tres. Lo que dice Prometeo es cierto. Solo quería apuntar esa teoría de que ponemos un nombre nuevo a una cosa y ya creemos que la cosa también es nueva, cuando anacoretas y ermitaños ha habido siempre. Pero las matizaciones de Prometeo son ajustadas, como siempre. Gracias, Marta, por tu apoyo. Y gracias a María, fiel seguidora de este blog, que siempre apunta algo interesante en sus comentarios.
Un abrazo a Prometeo y besos para María y Marta