Antón Castro me envía desde su blog un fraternal abrazo que reproduzco aquí, en primer lugar para agradecérselo, y, en segundo lugar, para compartirlo, en la medida de lo posible, con esa Galicia a la que sabemos que Antón, desde su amado exilio zaragozano, todavía quiere con locura:
«He amado Galicia durante años con una fuerza creciente, con esa enfermedad del alma emparentada con la saudade y la sensación de pérdida. En los últimos tiempos, no sé muy bien la razón, Galicia ha pasado a ocupar otro lugar en mi vida: me interesa, la quiero pero no me obsesiona. A veces me pregunto si tendrá algo que ver con un resentimiento que no cifro a precisar, o con el hecho de haber dejado de escribir en gallego, o con el vacío tan inmenso que me ha dejado la muerte de mi padre.
Por eso, cuando he recibido la nota de Luis Pousa –al cual le mando un abrazo desde aquí-, me ha hecho mucha ilusión. Muchísima. Algún día volveré a Caión a escribir y a envejecer soñando con las ballenas y los marineros. El pasado septiembre, o fue a finales de agosto, no recuerdo, tuve una experiencia que no había tenido jamás: Carmen y yo alquilamos una habitación en Caión, una habitación con vistas, y apenas podíamos dormir: el mar como un lobo insomne no dejaba de aullar, no dejaba de lanzar su clamor que lo invadía todo, tanto que parecía que en los alrededores, y más en el abovedado silencio de la noche, no exista ni otro estremecimiento ni otra música».
P.D. Caión, en efecto, es uno de esos rincones que todavía permanecen más o menos a salvo de la hecatombe urbanística que nos ha devastado durante los últimos años. Merece la pena un paseo para escuchar la música de su océano.
Círculo perfecto entre gallegos.
Querido Luis:
Mil gracias. É un grande pracer entrar no teu blog: é fermoso, intenso, coidado e está cheo de ideas.
Unha aperta desde a noita envolveita en chuvia. Antón