Será cosa de las neuronas, que ya no carburan como a los veinte y que establecen las conexiones cuando les apetece, pasando mucho de su atribulado propietario, pero horas después de escribir aquí sobre los blogs de papel, acabo de recordar el final, escrito el 14 de marzo de 1982, de ese deslumbrante Segundo Dietario de Pere Gimferrer, en el que el gran estilista de la rambla de Cataluña nos cuenta su encuentro con Josep Pla en un salón del Hotel Ritz de Barcelona. La prosa de Gimferrer, perfecta, nos relata así esta encrucijada en los caminos de dos blogueros de cuando apenas había blogs. Ni siquiera de papel. Así remata el autor de Arde el mar la entrada correspondiente al 14 de marzo, con la que pone punto final a su fabuloso texto (Segundo Dietario, editorial Seix-Barral, abril de 1985, traducción del catalán de Basilio Losada):
«Mirad: mi Josep Pla está aquí, visto al sesgo, en un ángulo de un salón del Ritz. Hay unas señoras sentadas hablando. Pla lleva una boina y, también sentado, habla a ratos y a ratos calla, lúcido y vívido, con ojos chispeantes de pastor tártaro. Caminamos, Josep Maria Castellet y yo, por las claridades de alambre que deslindan los trebejos televisivos, bajo el fuego imprevisto y súbito de las lámparas instantáneas de las cámaras fotográficas. Josep Pla está al fondo, muy lejos de todo esto. Y ahora, Josep Vergés y Joan Teixidor me presentan a Pla. No nos habíamos visto nunca, aunque, durante años, semanalmente, el uno leyera al otro. Pese a todo, pese a que incluso habla de mí en Notes per a Silvia, yo no estaba seguro de que Pla me recordara, de que asociara mi nombre a las cosas frívolas y desperdigadas que he sido capaz de escribir. Ah, pero Josep Pla se levanta, con vigor, enérgico en la flaqueza vulnerable de la senectud; Josep Pla se levanta y me mira y me señala con el dedo, y me dice -la voz viene de muy lejos, quebradiza, pero las palabras, con sonido ahogado y mortecino, son precisas, son nítidas-: »Usted escribe un dietario…» Quizá hace un elogio, quizá no dice nada más, o casi nada más. El autor de Quadern gris, el autor del Dietario, del único Dietario con mayúsculas, me ha dicho que yo, precisamente yo, escribo un dietario».
De este modo se produjo, según lo recuerda uno de los protagonistas, el encuentro entre dos de los grandes de las letras catalanas, españolas y, qué demonios, universales. Porque, como ya explicamos aquí en otra ocasión, estos autores teóricamente secundarios son precisamente los fuera de serie. Los que son únicos entre un millón. Los Fole, Cunqueiro, Dieste, Calvino, Walser, Pla, Gimferrer, Vila-Matas. Los que custodian la isla del tesoro de la auténtica literatura.
JIJIJIJ!! así me sentí yo cuando leí aquel mensajito en la ventana secreta de Wonderlands!
Si se me permite la sugerencia, bien podrías iniciar una serie con «Finales», ya que hay finales tan brillantes como muchos «Inicios», qué?
Te dejo besos!!
(h)Ada..
😛
Coincido con usted en calificar de grande, sobretodo a Cunqueiro, precursor de esa magia que luego aparecería en los hispanoamericanos y tan celebrada es.
Y, de ese encuentro, es estupendo leer la absoluta humildad de los grandes.
Pues yo me he quedado helado con la descripción del encuentro que hace Gimferrer. Creo que no volveré a escribir nada que no sean formularios del Inem…
Andrés, es cierto, la prosa de Gimferrer es de esas paralizantes, que le hacen a uno cuestionarse si merece la pena siquiera intentarlo. Hombre, yo creo que al final sí merece la pena escribir algo más que los formularios del Inem. Gracias por dejarte caer por aquí.
María Jesús, no me trates de usted, mujer, que me veo viejito. Cunqueiro es, para mí, el número uno, porque además de escribir como los ángeles tenía un curioso concepto, que comparto, de la literatura como juguete y como máquina de generar felicidad… A veces uno acaba harto de tanto escritor torturado (que también me gusta alguno, ojo), y se deja caer un rato por las páginas de Cunqueiro y acaba con una sonrisa en el fondo del pecho. Gracias por pasar por aquí.
Ada, tienes razón, los finales se merecen su rinconcito. Incluí, en un post, el final de Los muertos, de Joyce, que es probablemente uno de los mejores finales que jamás se hayan escrito. Gracias por la visita y por la propuesta, claro. Ah, en gallego sería farrapeiro, pero farrapeño también suena bien, suena como a esos pimientos picantes mexicanos, jalapeños, ¿no?