Soltaba aquí el otro día, a cuento de la dichosa Eurocopa, que a veces, por una extraña e imprevisible colisión de las galaxias, van y ganan los buenos: la España de Cesc, la prosa de Roberto Bolaño o, ayer mismo, la pintura de Antonio López, por la que un millonetis ha apoquinado en Christie’s 1,74 kilos (de euros, claro, los otros ya no molan, ya no son apenas nada). El tío Gilito de marras ha sacado los doblones de su depósito para quedarse con Madrid desde Torres blancas, óleo que reitera esa tesis de que a veces, por una vibración insospechada de los quarks y las supercuerdas y otras vainas de la física cuántica, la vida es justa y a la chica de la peli no se la lleva el jetas, el gángster, en fin, el canalla de turno. No, viene un tipo de la calle, un Antonio López en zapatillas, el artesano maravilloso que nos cautivó en El sol del membrillo, y, para asombro de todos, le pega a la rubia un morreo de tornillo. No siempre van a ganar los trileros.
Aunque a lo mejor todo esto es pura ingenuidad de bloguero (somos gente incauta, por eso nos leemos unos a otros sin vacuna previa) y es sólo que los granujas, para disimular, de tiempo en tiempo se dejan meter un gol para que pensemos que la vida es justa y el árbitro, un tipo honesto. Pero por lo menos, entre puñalada y puñalada, podemos creernos el cuento de que al final de la partida ganan la bondad, la verdad y la belleza, esas quimeras.
Partamos de que la vida lo que es es absurda. De ahí ya, a veces justa y otras injusta y así va… pero merece la pena cuando te sonríe. Y a todos nos guiña un ojo alguna vez, la muy juguetona!
Es que sin los cuentos no podríamos dormirnos, Luis. ¿Ya te has olvidado? Saludos.