Lugo. Aprovechando que Prensa Escuela ha organizado un cursillo en Lugo para profesores (y tengo que dar una charla en él), Leo, María y Gala me animan a llegar bien temprano y me invitan a comer . «Estábamos esperando a que vinieras tú para conocer el Paprika», me dice María, siempre sonriente. Y allá nos vamos los cuatro al susodicho, frente al albergue de peregrinos de Lugo, de la Muralla para adentro. Aspecto sencillo, minimalista y agradable por fuera. Amable y profesional acogida. Comedor medio tirando a pequeño, buen equilibrio estético. Mesas no muy grandes para cuatro, pero tampoco procede quejarse. Tienen el detalle de servir un aperitivo. A pesar de que no está lleno, la cocina va un poco lenta, pero con justificación: algún plato no se hace en un par de minutos y esconde su ciencia, como el bacalao con morro, y otros, como el foie, sale caliente (muy fuerte de sabor y textura que a unos gustará y a otros no). Leo, italiano y exigente gastrónomo, no levanta su voz contra el risotto, pero no pide de postre el tiramusú deconstruido. Precio a tono (no barato, tampoco caro), lugar poco recomendable para ir con niños inquietos y, cuando salimos, nos miramos los cuatro con cara satisfecha: un notable. Bueno, tres, porque Gala justamente lo que quiere en esos momentos es comer. Y es que con nueve meses de vida la chica no está para zamparse el cochinillo muy bien dorado que me he metido yo entre pecho y espalda.