Helsinki. ¡Esto es un hervidero! Las 7.30 de la mañana y hay un centenar de personas desayunando en el Original Sokos Hotel de Helsinki. Gente que no se conoce comparte mesa porque no hay sitio en los comedores, la cola es respetada rigurosamente para ir cogiendo lo que a uno le apetezca, no se han descubierto restos del supuesto carácter introvertido finlandés y abundan las risas y las conversaciones relajadas no a gritos, pero sin los habituales silencios y la cantidad de cosas a elegir –desde albóndigas a caramelos- que eso, elegir, es algo difícil.
Luego están las camareras. Todas jóvenes y de rasgos faciales muy nórdicos. Estudiantes quizás en este país donde trabaja todo el mundo porque desde pequeños se les enseña la cultura del esfuerzo. Rubias y con cara de respeto (el respeto al otro es la gran máxima finlandesa), cuesta trabajo imaginar cómo serán dentro de 20 o 30 años. Porque muchas mujeres en la cuarentena o más son, sobre todo, descuidadamente voluminosas, o al menos con una clara tendencia a ello. Algo que comparten con el resto de los habitantes de los otros países del área. Por cierto, exactamente igual pasa con los hombres.
Los conceptos estéticos finlandeses y españoles no coinciden, desde luego. Da la impresión de que ellas aquí se cuidan menos que en España, como si les diera igual su aspecto llegada una cierta edad, como si hubiera déficit de coquetería. Cierto que eso pasa también en medios no urbanos de Galicia (y quizás de toda España), pero aquí parece ser general.
Pero concepciones estéticas aparte, viendo el jolgorio en el Original Sokos Hotel nadie pensaría que el finlandés es un pueblo triste.