Allariz. Una maravilla. No me canso de ir a Allariz, ese ejemplo de lo que debería ser toda Galicia. Nunca se le darán lo suficiente las gracias a Anxo Quintana, un alcalde con gran visión de futuro que luego fue -contradicciones de la vida- un pésimo vicepresidente de la Xunta de Galicia. La villa debería ser de obligada visita a todos los alcaldes del país. El haber llevado allí varias tiendas outlet -mérito del sucesor de Anxo Quintana– le garantiza miles de visitantes en temporada baja.
Pero tiene desafíos y puntos negros. Ya no voy a referirme a que fuera del casco viejo los edificios no se merecen más que el aprobado pelado o el suspenso sin más, sino a los cables. Desde luego, difícil solución. O mejor dicho, muy sencilla siempre y cuando el fajo de billetes sea notable. Porque levantar Allariz es un obra faraónica -con un arqueólogo inspeccionando milímetro a milímetro-, pero algo hay que hacer con esos cables endemoniados que afean la visita. O sea, hay que dejar la villa como muchas de Europa. No es inmediato, pero no es imposible.
Postdata: ¿Y qué me dicen de esto, al lado del convento de Santa Clara?