Camariñas. Salida a Camariñas, plena Costa da Morte, para recoger material para un libro que empecé hace más de año y medio y a este ritmo no acabaré antes del 2021, que es el próximo año santo.Pero ir acumulando material siempre es bueno, por eso tengo la casa llena de papeles ya que soy de los que no se acaba de fiar de los ordenadores, y eso que tengo cuatro o cinco copias de todo. Cosas de la edad, supongo.
Conocí Camariñas hace decenios. Pasé allí fines de semana y escuché, en el comienzo de la Transición, las historias que contaban los viejos en voz baja, cuando decían que al secretario de la célula local del Partido Comunista lo habían atado en el 36 en la proa de un barco o bote y lo habían estrellado contra las rocas. Cuando en Camella había habido una célula trotskista (se entiende que del POUM) de la que nadie quería recordar nada porque el miedo era mucho. Callejeé entonces por sus rúas y ruelas, todas estrechas, saludando a las palilleiras que se afanaban en lo suyo a las puertas de su casa.
Por eso añoro aquella Camariñas: la de las casas bajas y blancas, y no los bodrios que hay hoy. Pero aun así tengo que reconocer que no está destruida como, por ejemplo, Malpica, y a ello contribuye su sencillo y bonito paseo marítimo, con elementos y materiales nuevos que no desentonan con la tradición.
Y un puntazo: debemos de ser el país con más contenedores de basura por habitante, una locura (al parecer, excepto Oviedo). Huelen y son horribes. En Camariñas, no. Fíjense en la foto: así los ocultan. ¿Tan difícil es copiar las buenas ideas?