Odense. Nueva aventura en Dinamarca, aunque eso de aventura hay que tomarlo como una licencia literaria, excepto por el hecho de que vengo con mi hija Ana, que nunca había estado en este país y ya sabe más danés que yo.
Hoy he dado las charlas sobre Camino de Santiago. En el instituto he vuelto a quedarme asombrado de los medios que tienen, de lo impecable que está todo, del respeto del personal por cualquier objeto, del interés de los estudiantes y de lo que trabajan los profesores: 37 horas semanales EN el centro, más el trabajo de corrección, etc. en casa. Y si no le gusta hágase fontanero o abogado. El sistema educativo está tan engrasado que a nadie se le ocurriría escaquearse una hora, entre otras cosas porque el director manda y ordena, responde ante sus jefes (que en absoluto son los profesores, alumnos, padres o personal subalterno) y si procede despide sin más. Por ejemplo, por malos resultados en exámenes nacionales, nuestras reválidas (más o menos). Además, si el profesor no toma el suficiente interés, son los alumnos los que se dirigen a la dirección exigiendo un mayor nivel o una mayor dedicación, y el profesor se juega el irse al paro.
Todo lo contrario de España, claro está, donde mis alumnos -con honrosas excepciones- buscan la manera más fácil de aprobar, y cuando les digo que con una falta sin justificar ya suspenden corren a darse de baja de la asignatura.
En fin, el Camino de Santiago -en este caso el Camino Inglés y el Camino del Norte- siguen teniendo gran tirón. Gracias a profesoras como Grethe Christensen, por cierto.
Y a ver si mañana empiezo a hacer turismo, que hasta ahora no he tenido tiempo.