Santiago de Compostela. El amigo Guillermo Campos ha tocado a rebato y me ha citado, junto con otras dos docenas de colegas, en el hotel Los Abetos, en las afueras de Santiago rumbo a Lavacolla pero a tiro de cañón de la catedral. Y por allí aparecí con Telmo, dispuesto a disfrutar de una comida entre compañeros y antes a recorrer de nuevo las instalaciones. Ya las conocía pero de hace por lo menos 13 ó 14 años, y lo cierto es que la impresión que tenía, la ratifico.
Para empezar, el hotel tiene todas las ventajas de no estar en el casco histórico, a lo que ayuda la excelente insonorización de las dobles ventanas. El director me explica que tienen un transfer que constantemente va y viene hasta el corazón de la ciudad, con lo que uno se evita andar buscando aparcamiento y, por lo tanto, de pagarlo. En cualquier caso, el exterior es el punto débil del establecimiento: impecable, pero un poco ampuloso de más con esas columnas tan llamativas y nada discretas.
Claro que el interior cambia radicalmente: elegancia -mucha elegancia-, luminosidad, materiales de primera calidad tanto en la obra, como en los muebles, como en la decoración, estilo, todo en su sitio y, muy importante, amplitud, una amplitud evidente en las habitaciones y que queda claro incluso en las camas: cuando hay dos, son de 1.35, de manera que una pareja con dos niños cabe de sobras y sin agobio alguno. Los baños, impecables y muy acogedores. Aquello destila personalidad.
El hotel tiene dos partes: el edificio principal -que se ve desde la ciudad y la carretera- y uno trasero, bajo, que acoge los llamados apartamentos. Fueron apartamentos, en pasado, porque ahora se les suprimió la cocina y en realidad es una suite junior con capacidad para cuatro personas en dos espacios claramente diferenciados por niveles. Excelente.
Buena idea la de llegarse hasta aquí. Y acabamos comiendo, claro, pero eso lo dejo para otra ocasión.