Playa de Doniños (Ferrol). Después de 30 años he vuelto a pisar la playa de Doniños, donde la gente en estos últimos días está tan loca que incluso con bandera roja se mete en el agua y luego algunos héroes tienen que arriesgar su vida para salvar la ajena. Pasó siempre, y lo sé con seguridad porque mi padre tuvo allí una casa durante muchos años. A algunos se los llevó el océano, y otros tuvieron más suerte, como el adolescente que pilló in extremis mi madre, a la cual por cierto le había llamado «vieja» y era más joven de lo que soy yo ahora.
En fin, que he vuelto a Doniños y por primera vez en mi vida he recorrido la playa de extremo a extremo. Entré por Punta Penencia, donde el chiringuito homónimo ha ampliado mucho sus instalaciones. Lógicamente, el dueño no me reconoció, ni yo tampoco sus excesivas gesticulaciones. El sitio es atípico en el sentido de que yo siempre he asociado chiringuito a cutrez, y este rompe mi norma. Lo ha dispuesto de manera agradable el exmilitar murciano que hoy como ayer sigue al frente. Como llevábamos bocadillos, no he comido ahí, de manera que no tengo criterio, pero las ensaladas tenían buena pinta.
Fue, en cualquier caso, una visita rara. Quizás por los recuerdos del pasado, cuando iba allí con mis padres. Quizás porque no me gusta ver Doniños con el personal metiéndose en el mar cuando recuerdo que los dos únicos hijos de un vecino se dejaron allí la vida. Y en ello pensaba mientras salía del chiringuito y miraba, en lo alto, la casa donde habían pasado los veranos y en la que es posible, sólo posible, que sigan añorándolos sus padres.