Cambados. Les había prometido a Yara y a María volver a la bodega Martín Códax. Había estado allá hace una veintena de años y la verdad es que sólo recordaba el exterior, que no me parecía una maravilla. Pero ahora tuvieron la amabilidad de invitarme a presidir el jurado de un premio (con varias especialidades) que convocan sobre los Caminos de Santiago, y la visita me parecía obligada, amén de que realmente tenía interés después de haber estado viendo con Telmo otras bodegas algo más pequeñas en O Salnés y,solo, varias de pequeño tamaño y peor estética en la Ribeira Sacra. De modo que lié a Telmo, buscamos fecha y allá nos fuimos.
Empiezo por el final: al Rey de España (ni al que se va ni al que viene) no lo tratan mejor que a nosotros, sencillamente porque es imposible. De 12.30 a 15.oo el tiempo se nos fue volando, gracias también a la amabilidad de la responsable de enorturismo, Ángela, y de la enóloga, Catia, sendos encantos que acompañaron, así que con Yara formamos durante unas horas el quinteto feliz. Desde luego, no habrán encontrado a dos preguntones más preguntones que nosotros. Catamos olores, sensaciones, sabores. Se rieron cariñosamente de nosotros y nosotros nos reímos de nosotros. Y, sobre todo, descubres una bodega que ha recorrido el camino de la calidad, de la investigación, del esfuerzo, de la fe en un vino que, sin duda, es el mejor blanco del mundo. Una cooperativa que ha sabido elegir la botella y la etiqueta (¡importante!), lo cual nos llevó al debate porque en el mercado estadounidense cambian una y otra, y yo creo que para peor según mi cultura pero ellas tenían los números. O sea, las cifras de venta. Y las opiniones. «Ellos quieren ver el vino a través de la botella, que se muestre». Pues así será.
En la foto superior, Yara, Telmo, yo y Catia. Abajo, feliz mostrando una botella, Yara. Disfrutando de una copa de vino, la sonriente Ángela.