Moaña. La excursión a O Salnés -corazón del albariño- con mi amigo Telmo empezó mal: la bodega D’Altamira cerrada, en la de Paco y Lola recibimos un trato que nos hizo salir cuanto antes mejor, y dimos con nuestros huesos en la muy cercana de Valdamor. Si hasta ahora vivíamos la cruz, nos tocaría la cara de la moneda. Así le dije a Telmo para animarlo, aunque él no andaba muy convencido y tiró puerta para adentro. Nos dimos más o menos de bruces con Beatriz. Una profesional y punto. Media hora dándole la brasa, preguntándole, haciéndonos los panolis, los interesados, los ricos y los pobres. Todo menos decirle que íbamos no sólo a comprar sino también a publicar. Contestó a todo, ofreció rápidamente degustación de los dos vinos en los que estábamos interesados (Namoradío -sin maceración- y el que lleva el nombre de la bodega). Hablamos de lo divino y lo humano, algo la mareamos, defendió a su empresa con uñas, dientes y sonrisas, no la pillamos ni en solo renuncio, por la tarde nos avisaba a no sé quién y nos enseñaba toda la bodega y el proceso de elaboración del cual, sea dicho humildemente, algo sabemos (y Telmo más porque su padre tenía un bar de los de toda la vida)… Aflojamos la cartera con mucho gusto y nos dejamos recomendar el sitio para llenar el estómago porque eran las dos de la tarde.
Recuperamos la sonrisa. «¡Esto ya es otra cosa!», exclamó Telmo ya en el coche, mientras yo miraba la documentación y comparaba. Barato, mucho más barato que en El Corte Inglés de Santiago. Ya nos lo había anunciado Beatriz, justificándolo en que querían que los visitantes saliesen contentos de su visita a la bodega y para agradecerles el que hubieran llegado hasta allí.
Lo dicho: una profesional como la copa de un pino. O Salnés tiene (más) futuro con trabajadoras como ella.