San Clodio (Leiro). Parece que fue ayer cuando llegué de Finlandia y resulta que el tiempo pasa a velocidad de gacela, mire usted por dónde. Ahora, con la distancia y desde el estupendo pazo de Viña Meín, se ven las cosas con otra perspectiva. Y realmente tengo que estarle agradecido a Begoña del Barrio, vasca de anchas miras instalada en Turku (antigua capital del país nórdico) porque sin ella el viaje no hubiera sido posible, por mucho interés que haya allá sobre el Camino de Santiago. Siempre es necesario encontrar a alguien que abra puertas, y ese alguien fue Begoña. Una suerte. Le debo una centolla (por lo menos).
Pienso en ello con calor de canícula en plena comarca de O Ribeiro, por suerte en un pazo impresionante que produce su propio vino y que no tengo inconveniente alguno en catar y recatar, un caldo que siempre figura entre los tres o cuatro primeros en cualquier concurso en el que participa. O Ribeiro aún se está recuperando, y se nota. La comarca presenta muescas de abandono y mordiscos de feísmo. Mi muy buen amigo Antonio Díaz, que conoce Galicia bastante mejor que yo, me traza por teléfono un itinerario por Lebosende y allá voy yo buscando enclaves para mi serie de «La Galicia Bonita» que sale todos los domingos en La Voz de Galicia. Pero no, de encanto cero. Impresionantes iglesias (en el municipio de Leiro, la propia de Lebosende, Santo Tomé de Serantes..), desde luego, algún paisaje para sacarse el sombrero y un grupo de hórreos de libro (en Paredes), pero cemento, descuido y ladrillo por todas partes. En eso sí que echo de menos, y mucho, la Finlandia que ama Begoña.