Kuopio (Finlandia). Así, a primera vista (como es la mía), Kuopio no enamora. Cierto es que las pequeñas estaciones de tren que se veían en el camino encerraban gran encanto, y quizás por eso la de Kuopio da un poco la impresión de burro grande ande o no ande. Claro que el hecho de haber perdido los guantes y el gorrito (elementos de primera necesitad en el universo invernal finlandés) tampoco ayuda.
Una vez dadas las conferencias, el regreso, andando y solitario, al hotel en plena noche me permite ver una ciudad construida muy racionalmente, con útiles paralelas y perpendiculares, algo sombría y cuyos edificios son de hormigón insulsos, sin atisbo de madera y sin ningún espíritu tradicional. Para acabar el día, los dos restaurantes del hotel, que también son públicos y se encuentran al otro lado de la calle y a los que se accede por un bonito túnel, me hacen dar marcha atrás, pedir en el bar una cerveza y reflexionar a cuál ir: a la hamburguesería horrorosa o al algo más serio que muestra un salmón pasado de cocción y unas patatas fritas como para echar a correr.
Eso sí, Hanne y Ronald, su marido, una gente excelente.
La verdad me ha hecho risa su opinion quisas no vio bien la hermosa ciudad , no se compara ni a tampere ni a helsinki en belleza yo viajo el proximo año a kuopio y espero sea el mayor viaje de mi vida
Gracias por su comentario, Isabel.
Como bien sabe, los gustos y las impresiones son siempre subjetivas: a veces se coincide, a veces no. He encontrado gente que le pareció horrorosa la fachada del Obradoiro de la catedral de Santiago, algo que me parece de locos, pero en fin…
Con la distancia que dan estos meses, insisto: Kuopio no enamora. Los alrededores son, desde luego, impresionantes, pero la ciudad en sí es totalmente nueva (las guerras tienen esas cosas: arrasan) y carente de edificios que deslumbren. ¿A usted le gusta? Pues sinceramente le deseo que lo disfrute.