Odense. El otoño cubre los alrededores de la Universidad de Odense. Y lo de cubre es literal: enormes espacios de mil marrones rodean unos edificios pegados a la tierra. Ni asomo de descuido o de feísmo fuera, pura funcionalidad dentro, donde nadie eleva la voz, todo está ordenado como si fuese el primer minuto del primer día de funcionamiento.
Asombra que haya un lucido directorio de empresas que tienen presencia en la universidad. Y no sólo presencia etérea, sino material. Ambas -empresa y universidad- están unidas, para alegría de un estudiantado que no piensa en el botellón sino en trabajo, alto a su alcance lo segundo, imposible lo primero.
La cafetería donde recalo está abierta. Es decir, hay una cajera pero si quiero -que no quiero- la evito y me tomo de gorra mi té y un Danish pastrie. Nadie lo hace. Las normas se respetan y el orden se lleva de tal forma a los tablones de anuncios que hasta parecen obras de arte racionalista.
Fuera, el otoño sigue. ¿Por qué tiene más tonalidades marrones que en Galicia? ¿Será porque aquí hay mucha más variedad arbórea y no han entrado las especies foráneas?