La Voz de Galicia
Escritos de Galicia y resto del planeta
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Estaca de Bares. Me he llegado hasta el punto más norteño de Galicia, que no es el cabo de Estaca de Bares sino O Estaquín Sigüeles. O sea, ese peñasco que aguanta como puede olas y tempestades unos metros más adelante de la punta del cabo. Sus percebes son gallegos cien por ciento. El caso es llegarse hasta allí.

Primero he parado en Porto de Bares, en el Centro. O sea, en el antiguo teleclub, un lugar reconvertido en enclave marinero para comer. Curioso. Escribí varias veces de él, y siempre bien. Esta vez he tenido mala suerte. No con la comida, sino con el trato. El caballero en cuestión, desde el otro lado de la barra, fue todo menos cordial y rozando la maleducación pura y dura. Desde luego, pagué la consumición y me fui a paso largo. ¡Y eso que le preguntaba por el hostal que tienen para dormir! Por supuesto que no dije que era periodista, ¿o es que a los periodistas hay que tratarlos mejor que a los fontaneros o a los profesores de Matemáticas?

De manera que reprimiendo las ganas de estamparle ante las narices el carné de prensa a quien no tiene tino y buena mano para atender a la clientela, subí al Land Rover y tiré monte arriba, añorando aquellos no muy lejanos tiempos en los que se subía por pista de tierra y se descendía por otra similar hasta la base norteamericana, hoy abandonada. Ahora está todo asfaltado. Por supuesto que para acceder al Semáforo, excelente instalación hotelera, hay que preparar como Dios manda una vía de acceso. Ningún problema. Pero de ahí a asfaltar cuando carreiro se encuentra hay una buena diferencia. Dicen que así se ganan las elecciones (y se destruye el país, claro).

En fin, que me planté ante el semáforo, un lugar donde he estado muchas veces porque siempre me impresionaron sus grandes panorámicas. Antes era un montón de ruinas y ahora es un hotel con mucho encanto y con un punto negro: la llegada es fea gracias a unos contenedores. Y mira que no habrá sitio donde ponerlos… La foto lo ilustra.

La otra foto es un cartel que me hizo olvidar los sinsabores del Centro y me obligó a sonreír. Contiene una serie de advertencias, como por ejemplo «No está permitido realizar picnics en el jardín del hotel». O «No está permitido subir por el muro del hotel, pues es muy peligroso», además de catalogar a las flores como «nuestras amigas». Ese tono cordial y cercano lo mantienen tanto la cocinera como la recepcionista. Y uno, que admira la gran ría de O Barqueiro y el faro, allá a los pies, vuelve a recuperar la alegría.