Red Natura del río Tambre. Ayer me llamó por teléfono el amigo Suso Flores, coordinador de suplementos para anunciarme que había entrado un anuncio destinado a mis dos límpidas páginas sobre el Outono Gastronómico, que publico hoy. Eso no le gusta a nadie. La publicidad es fundamental, y en estos tiempos de escasez todavía más, pero a nadie le gusta que vaya en sus páginas, las cuales ha mimado, controlado, medido, rellenado. Pero así son las cosas.
Pero eso son trances diarios del oficio. Lo interesante es que ha vuelto el Outono Gastronómico, una iniciativa de Santiago Bacariza, el jefe de Turismo Rural de Turgalicia al que resulta imposible sacarle declaración alguna, remitiendo siempre a su jefa.
La cosa tiene su miga, porque por 30 euros se mete uno entre pecho y espalda una cena completísima con menú cerrado. Cierto es que 30 euros son eso, 30 euros, pero el escenario -con muy escasas excepciones, los establecimientos son preciosos-, la calidad de la comida, el hecho de que incluya vino (siempre gallego, otro acierto de Santi) y el IVA reducen el posible susto inicial. No, no es caro, y menos aún si uno se queda a dormir.
Ya sé que me repito, pero nos encontramos ante una iniciativa muy galesa (aunque he confirmado que allá no existe nada similar). Y, desde luego, es una manera optimista de afrontar la crisis, de darle una colleja al señor Trichet, que al fin se va del Banco Central Europeo, de decirle al mundo que no habrá recuperación económica sin estimular el consumo. El único problema es qué tipo de consumo. Y ahí Turgalicia está indicando el camino: la calidad. Por eso me alegro de que haya vuelto el Outono Gastronómico. Y que se repita.