Pontedeume. No ha llovido tanto como se preveía. Incluso ha salido el sol a ratos. Casi lo prefiero, porque las calles del Pontedeume medieval son estrechas y si el día hubiera sido magnífico estarían llenas de gente. Y para idioteces, las que recoge este periódico, y de manera inapelable. Fotos del desmadre en que se ha convertido España, y de ello no es culpable ni el Gobierno, ni la Xunta ni el alcalde respectivo. Todo el mundo es ya mayor de edad…
Pero en fin, pasear por Pontedeume fue una delicia. Como siempre me dirigí al Compostela, en la calle Real (Camino Inglés a Santiago), y nada más ver su escaparate ya se le abre el apetito a cualquiera. Han cambiado el interior, y ha perdido mucho, ya no hay aquellas mesas corridas con bancos comunales donde te sentabas donde había sitio y comías al lado de extraños que, en ocasiones, tenían una conversación brillante porque en pocos casos eran turistas, que huían despavoridos y elegían sitios más finos, así que por ahí iban pescadores, labradores, intermediarios del mercado y otra gente tan saludable.
Claro que las ganas de comer sigue sin quitártelas nada ni nadie si ves el escaparate…