Tui. Sé perfectamente que es una de mis manías. Sé también que la gran mayoría de la gente no le da ni la mínima importancia, y alguna vez me han soltado un «Entonces qué quiere usted, ¿que vivamos sin electricidad?». Claro que no. En la isla danesa de Samso (más de 4.000 habitantes) sólo hay una línea de cables, de norte a sur, y el resto va subterráneo. En las villas noruegas se ven muy pocos cables, y el resto va subterráneo. En las ciudades del norte de Inglaterra los postes urbanos tienen una alineación impecable y se integran en el paisaje, y el resto va subterráneo. Y todo el etcétera que uno quiera poner.
Entonces, ¿por qué no en Tui? Cierto es que la cosa tiene su complejidad: el casco histórico es un tesoro arqueológico que no se puede levantar a la brava, y ello exige tiempo y dinero. Pero los beneficios son incomparablemente mucho mayores. Que se lo pregunten a los portugueses de Caminha o Vila Nova da Cerveira, nuevas mecas del turismo gallego.
Claro que lo primero que necesita Tui es tener un alcalde en condiciones. En un consistorio pequeño revolotear ocho partidos es como ver un gallinero. Un alcalde capaz, del partido que sea, pero con fuerza y respaldo popular. O si no la ciudad seguirá su decadencia. ¿Cuántos de ustedes van a Tui? ¿Cuántos de ustedes van a la vecina A Fortaleça, en Valença do Minho?