Isla de Ons. Todos los años hago una visita a la isla de Ons, encuadrada en el Parque Nacional das Illas Atlánticas. Voy a ella desde que en 1977 me embarqué en Bueu en el barquito del señor Pancho. Hoy, claro está, las cosas han cambiado y salvé en 20 minutos escasos la distancia entre Portonovo y Ons en una planeadora de las grandes, con capacidad para 48 personas. La isla no es la que era, por supuesto, y queda casi desierta en invierno. Ahora, en verano, la avalancha es molesta. Hay días en que se llegaron a los 4.700 visitantes. Una locura. Pan para hoy y hambre para mañana. Pero en fin, yo fui a lo mío, a trabajar, y no tuve ninguna sensación de agobio.
Y aunque parezca mentira, había lugares que no visitaba desde hacía tiempo. Por ejemplo, la capilla y el cementerio. O 20 años justos sin ir al Buraco do Inferno, ese gran agujero que comunica directamente con los dominios de Satanás y desde el que llegan los lamentos de los condenados, que, mire usted por donde, se parecen mucho al agua del mar que entra con más o menos violentamente muchos metros más abajo.