Copenhague. Hace un frío terrible en Copenhague. Con un poco de suerte parece ser que llegaremos a los 6 grados bajo cero. De temperatura máxima, por supuesto. Todo el mundo lleva la cabeza tapada, casi todo el mundo lleva guantes y la mitad de la población sale a desafiar el viento congelador sin abrigo y solo con una ajustada chaqueta.
Así que el personal busca los cafés, acogedores, con velas. No muy caros. Yo me he refugiado en el Mo Joe, en un chaflán que me permite ver al fondo Nyhavn, donde los restaurantes tienen mesas fuera como si estuviéramos en primavera.
En realidad iba a ir al hotel, al Wake Up (el de Borgergade, no el otro), con su diseño moderno y rompedor, su habitación funcional tan minimalista que carece de armario o estante alguno. Es, en suma, un hotel para estar uno o dos días, no más.
Eso sí, rece el cliente para que no están en recepción las dos mujeres jóvenes escasamente agradables e ignorantes del concepto de profesionalidad que me tocaron a mí ayer. Y que para mi desgracia también estaban al pie del cañón esta mañana.