Helsinki. Hay reencuentros formales y hay reencuentros afectivos. De estos últimos ha sido el que tuve hoy con una amiga afincada aquí en Finlandia que no ha pedido su buen humor.
La conocí hace 8 o 9 años con motivo de mi primera visita, y desde entonces no he perdido el contacto con ella. Es guía turística, algo en lo que parece que no le va nada mal.
Así que de su mano di una vuelta por el centro de Helsinki, tres horas en las cuales aprendí algo más no sólo de la ciudad sino –lo que es más importante para mí- de sus habitantes, de su carácter. Y tras despedirnos me surgen las preguntas que lamento no haberle hecho.
Por ejemplo, ¿por qué no instalan unos servicios públicos para los turistas? Puede parecer hasta una broma con toque escatológico, pero ¿qué hacer con un grupo de 30 personas cuando, como todo el mundo, tienen más o menos al alimón sus necesidades fisiológicas? ¿Meterlos a todos en una biblioteca y que guarden cola? ¿En un café? Porque, en efecto, en nuestro largo paseo no vemos ninguna posibilidad… excepto que a 7 grados bajo cero que marca el termómetro nos animemos tras los arbustos o setos de algún parque.