Kastrup. El aeropuerto de Copenhague, Kastrup, ha crecido. No reconozco la zona en la que me vomita el avión de Iberia Express, donde logré encajar mis piernas entre mi asiento y el de enfrente rozando el milagro. Pero como una de las azafatas es de ordeno y mando, mejor no protestar.
Cuando alcanzo la zona vieja, la de siempre, con su (carísima) tienda de Lego, tengo la sensación de volver a un trozo de mi casa.
Se ha alargado, y mucho, la zona de tiendas. Es en realidad una calle comercial con oferta muy variada tanto en lo que ponen a disposición del cliente como en el precio. A diferencia de Heathrow 3, donde sólo son para ricos, aquí se pueden comprar maravillas de George Jensen o postales. Ese –y el diseño- es su éxito.
Pero lo formidable es la sala que han habilitado para los que estamos en tránsito. Uno entra allí y entra en otro mundo. Cambia el ritmo. No hay ruido. No hay cafés ni nada. Mesas individuales. Un gran mostrador con personal para solventar dudas.
En realidad es un patio muy alto donde algunos arbustos y árboles ponen una nota natural. Es, con su gran luminosidad, un claro en la jungla.