Londres. Cumplía 50 años de reinado la inolvidable Vitoria cuando, en honor de tal magna fecha, se inauguró el Royal Hollyway College. Hoy acoge una de las universidades de Londres, a la que le presta el nombre y, aunque la actividad principal se desarrolla en otros edificios contiguos, este deja boquiabierto, con sus dos patrios, su capilla, su galería de pinturas y el nulo remordimiento británico de levantar paredes en el interior o acumular objetos útiles pero no nobles.
Los estudiantes pasan a su lado sin mirarlo. Bastante tienen con sus preocupaciones diarias, más numerosas que las de sus colegas españoles. Aquí hay que venir a clase sí o sí, entre otras cosas porque las clases magistrales apenas existen y las han cambiado por trabajos en grupo. Y así, un paseo por la planta baja de lo que en España sería la Facultad de Empresariales permite ver numerosas salitas con un profesores y tres, cinco o seis alumnos alrededor de la mesa, y por supuesto con sus tabletas y ordenadores portátiles. Las notas estás tasadas, de tal manera que la arbitrariedad no existe ni para bien ni para mal, y se miden en tanto por cierto. O sea, que si en tu examen -por supuesto oral- sacas un 2% menos de lo que deberías sacar, simplemente vuelves el año que viene. ¡Ah! Y si se muere tu abuela, vete pidiendo un certificado de defunción y otro de a qué hora es el entierro. Porque si no lo haces, quizás tengas que cambiar de universidad.
¡Y yo que envidio ese sistema!