Cuntis. Aprovecho estos días navideños de desconcierto laboral (no se sabe si alguien está trabajando, o nadie de vacaciones, o si viene o va) para llegarme de nuevo a Cuntis, preciosa villa con enorme potencial turístico que sólo está explotado a medias. Por tener tiene de todo, pero el feísmo y el pequeño caos impiden que sea un lugar encantador… pudiendo serlo sin problemas. El feísmo, que existe, no afecta a su minúsculo pero muy bonito casco histórico, que está, eso sí, anulado por los numerosos coches que aparcar. Y gratis, claro, porque esa asignatura pendiente en toda Galicia -toda España y en general toda la Europa del sur que se queja de lo mala malísima que es ahora la del norte- que es pagar por aparcar y en zonas del extrarradio no en el centro va camino de ser eterna. Eso sí, los malos malísimos de los finlandeses pagan 4 euros la hora por aparcar en el centro de Helsinki.
No hay nadie en Cuntis. Cuatro almas en pena. Y eso que el día es estupendo. Nadie se explica qué pasa, excepto que sea, apunta mi guía María José, porque los hoteles vinculados al balneario están cerrados. Pienso que mejor para mí, que así puedo pasear con más tranquilidad. Pero esa ausencia de movimiento en las calles deja al descubierto los elementos más negativos. Por ejemplo, los agresivos contenedores de basura y reciclaje que afean la entrada al balneario.
Y, desde luego, ese contenedor de vidrio en estado intolerable también en el centro histórico, a escasos metros de los anteriores.
La conclusión: Cuntis me ha decepcionado. Y es la primera vez que tal cosa ocurre.