O Pereiro de Aguiar. Hasta aquí me ha traído este trabajo, hasta un municipio que en absoluto conocía. Lo había pasado rumbo a A Pobra de Trives un montón de veces, pero nunca había parado. De manera que me he pillado un tren, luego un taxi y a caminar y a ver cosas.
Desde luego, los paisajes sumiurbanos que crucé no se merecen el aprobado en estética, como se puede ver en las fotos inferiores. Mejor ni hablar de ellos. Pero quiero centrarme en el hotel San Jaime, donde, desde luego, no sabían quien era. Empezaré por decir que la comida -previamente encargada- fue estupenda. No sólo en la preparación en una cocina a la vista, separada del grato comedor por unas puertas acristaladas que permitían ver el buen hacer del personal. Ni un grito, ni un movimiento brusco, muy alto nivel de higiene. Y eso da tranquilidad. El servicio, excepcional, sin familiaridades ramplonas propias de cierto turismo rural.
El hotel está decorado con mucho gusto y sin estridencias. Todo el conjunto tiene esa sensación de tranquilidad, de las cosas bien colocadas sin histerismos por el orden. Muy buen gusto para la ornamentación. La piscina, pequeña pero protegida de visiones feístas.
En el capítulo de cosas a mejorar -porque el estar pegado a un edificio que mejor olvidar-, los pequeños detalles. ¿Chorradas? Pues sí, pero que desmerecen. ¿Cuáles? Por ejemplo, a la entrada a la izquierda hay alguna cacharrada que sobra. O la manguera por el medio. O las habitaciones estaban sin hacer (no pasa nada)… con las puertas abiertas (sí pasa).
¿El conjunto? Yo le pondría un notable bien alto.