Brión. A la vuelta de la Ribeira Sacra corro a casa de Miguel con mi ordenador, que tiene un problema menor. Voy con Ana, que se lo pasa en grande con Antón, camino de un año y con una cara de salud envidiable. Hay que aprovechar el día, de modo que Ana y yo subimos a las torres de Altamira, donde habíamos estado tres años atrás en un día soledad y congelador de invierno. Sigo diciendo que es el único castillo galés con conozco en Galicia: unas magníficas ruinas sobre un castro, escenario de una gran batalla medieval. Los coches no pueden pasar, el asfalto no llega hasta los muros, la hierba parece césped y unos discretos y muy eficaces paneles (con sistema braille incluido) permiten conocer el pasado de la fortaleza e interpretar lo que queda en pie. Si a ello se le suma la magnífica panorámica desde ese alto, la descripción queda completa.
A la bajada hacemos caso a Miguel y nos vamos a recorrer el río Pego con una pista de tierra de menos de un kilómetro, grata de andar, un par de molinos (uno en ruinas, otro rehabilitado), un parque infantil, muchos bancos, mesas y barbacoas. El río en sí, muy bonito. Pero que nadie piense en un recorrido por la salvaje naturaleza: por la banda izquierda, elevada, nos acompaña una gran urbanización, de esas que proliferaron en este ayuntamiento coruñés. En cualquier caso, un paseo recomendable para ese domingo en que sólo apetece dar una vuelta. Y una indicación práctica: carretera de Bertamiráns a Noia, se pasa en Os Ánxeles la gasolinera y justo se cruza el río. Ahí comienza la ruta.