Dena. Después de las experiencias en la bodegas Paco y Lola, y Valdamor, en esta última Beatriz nos orientó sin dudarlo hacia el Muíño da Chanca para reponer fuerzas. Allá nos fuimos Telmo y yo hasta Dena, y justo al cruzar el río, a la izquierda, estaba ese enorme molino, con dos comedores y otro más privado, varios niveles. Yo creo que es el mayor molino gallego que he visto. Decorado tradicionalmente, con amplitud de espacio. Toño, el que nos había recomendado Beatriz, era el infatigable y muy amable camarero, en ocasiones ayudado por una mujer. No paraba. Tenía un menú de 14 euros, al que nos agarramos, a elegir entre cinco primeros y cuatro segundos que fueron tres (la raya se agotó en aquel momento, para desilusión de Telmo, que no mía). Pedimos un vino de los de Valdamor, que nos lo presentaron inicialmente con algún grado de más pero que rápidamente bajó en la cubitera. Las raciones, enormes. Telmo, que tiene un saque respetable, admitió que con la xarda inicial ya hubiera comido. Como íbamos hambrientos pero también trabajando, es de justicia señalar la cruz de la moneda: tardaron un poquito de más en nuestro caso entre plato y plato (algo soportable en cualquier caso), pero bastante en lo que a otras mesas se refiere. De manera que oteamos la cocina: limpia, muy amplia, fogones funcionando a todo trapo, personas afanadas y afanosas… quizás sólo hubiera sido ese día y punto final. Todo el mundo tiene derecho a sufrir alguna vez la ley de Murphy. En cualquier caso, un sitio para recomendar y para volver. Al menos yo lo haré.