La Voz de Galicia
Escritos de Galicia y resto del planeta
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Allariz. He comido con Pepe y familia en Tino Fandiño. Como yo no pagué, miel sobre hojuelas. No he comido mal, pero tampoco de maravilla. Desde luego, el local no sólo está aprovechado sino que resulta precioso. Sin duda si se va con niños hay que pedir mesa en el primer piso, no en el segundo, pero el conjunto, la arquitectura de las mesas y el buen trato profesional y rápido configuran un buen escenario.

Otra cosa es lo que va al plato. Desde luego, si me fío por el pulpo con el que arrancamos, blando hasta la exageración, el suspenso está garantizado. La empanada, parece ser que exquisita, si bien no pude probarla porque está claro que la alergia a la cebolla me acompañará toda mi vida. Las almejas eran unos buenos ejemplares de babosa, en su punto pero con una salsa que en absoluto me convenció, si bien cierto es que hubo diversidad de opiniones. Ya se sabe, para gustos se pintan colores.

Los segundos demostraron la vocación de Tino Fandiño de no apartarse de lo clásico: cocina de la de siempre, con buenos ingredientes, en su punto, presentación quizás en exceso tradicional -pero es la carta que juegan- que camuflan bien con vajilla no convencional que juega como un contrapeso equilibrador. Eso sí, raciones muy abundantes. En el vino no acertamos. Pedimos un Azpilicueta reserva y nos trajeron un 2005 que no estaba para beberse y al que no trataron con mucho mimo. Fue la nota más negra de la jornada.

¿Y el precio? Bajo: 20 euros per capita. Menos, imposible.