Vimianzo. Me he llegado a Vimianzo para asistir a una de las tres jornadas que bajo el título ¿Qué sabemos dos castros? reúne a centenar y medio de arqueólogos y aficionados. La cifra ya es indicativa de algo: de que la cita interesa, porque además Vimianzo no está de camino a ninguna parte, y hay que hacer el esfuerzo de ir hasta allí. En mi caso, una hora y ocho minutos de coche. Y pagarse la gasolina, claro, que al nivel que está…
Como en todas partes cuecen habas, aquí no iba a ser menos. Hay ponencias interesantísimas y otras que me parecen un rollo técnico supino y sublime. Pero el mérito es haber reunido a integrantes de una profesión u oficio que se caracteriza -como tantas otras- por grupos, banderías, filias y fobias. La edad media es baja, lo cual es muy buen síntoma, pero no lo es el que falte la plana mayor de la arqueología gallega, esos que tienen un pie en la jubilación o se han jubilado ya y que tanto han hecho por recuperar una disciplina que en el franquismo era considerada una afición de señoritos. Creo ver a uno o dos de ellos, pero en el descanso preceptivo para el café no los localizo y a la hora de comer es la desbandada total. El otro punto flojo es que la procedencia de los numerosos ponentes es la misma, ignoro por qué. Son todos amiguetes, lo cual no es un pecado ni mortal ni venial, aunque sin duda exponentes de otra visión de la arqueología enriquecerían el debate. Y en el medio, una alegría, el reencuentro con una profesional que siempre me ha tratado con mucho cariño y yo se lo agradezco, y a la que hacia casi un decenio que no veía: Beatriz Comendador, ahora decana en la Universidad de Vigo (cada día llegan más jóvenes a los decanatos, por cierto).
Pero a pesar de todos los matices anteriores, el mero hecho de la convocatoria se merece un aplauso. Y la visita nocturna a un castro local, excavado, donde se encendieron unos fachos para dar un aspecto más enxebre, una originalidad que no tiene que ver con la arqueología, pero sí con la fiesta. Lo cual es muy sano, por cierto.