Red Natura del río Tambre. Hoy he saldado una vieja cuenta con uno de los castillos más enigmáticos de mi juventud: el de A Rocha, en las cercanías de Santiago. He publicado una página en La Voz de Galicia, que hice en compañía del ya inseparable Manuel Marras y de otro colega y buen fotógrafo aficionado, Carlos Ocampo.
Lo malo de la fortaleza es su situación, aprisionada en dos cascos urbanos y sus infraestructuras viarias, que ya se sabe que en este país son tan importantes que si apareciese el tesoro de Helena de Troya habría que levantarlo a toda prisa para que no se retrasase la autovía que comunicará a los 150 habitantes de Cuspedriños do Monte con los 74 de Piñeiro Pequeno (¡Ah! Autopista pagada con impuestos daneses, holandeses, alemanes y demás). O sea, que A Rocha está cruzada por la vía del tren y constreñida por Compostela y O Milladoiro. Es lo que hay, así que los incansables vecinos de ese barrio que se vayan olvidando de convertirlo en un polo turístico de calidad como hay tantos y tantos por Gran Bretaña adelante, por ejemplo.
Seis años de excavaciones han permitido sacar a la luz cosas importantes, como un gran torreón (en mi reportaje es la fotografía principal) y las escaleras con techo abovedado que conducían a las canalizaciones de agua. Luego están las puntas de ballesta (a buen recaudo, por supuesto) y los enormes proyectiles de catapulta. Pero queda mucho por hacer, mucho. Al parecer hay un millón de euros flotando por el aire que no acaban de llegar, y eso va a retrasar la campaña arqueológica.
El reportaje me ha valido también para conectar de nuevo con Raquel Casal, con quien hablo de pascuas en ramos. Ella es una de las dos personas que dirigeron todos esos trabajos. Y aunque lo niega, me apuesto la nómina a que está deseando volver a remangarse.
Ya era hora de que alguien se acordase de la fortaleza de A Rocha, es increíble cuántas cosas tenemos, y qué poca importancia les damos. Gracias, Cristóbal, por convertir este castillo en noticiable.