Odense. Algo está cambiando en Dinamarca. No es normal, o al menos no lo era, ver en una estación de tren a una pareja besándose a conciencia. Porque en Dinamarca siempre se aplicó aquello de «sexo libre pero nunca público», lo cual confería una atmósfera que podría hasta parecer puritana, pero que permitía creer en la separación radical de los espacios comunales -donde lo que imperaba era el respeto por los demás, puesto que ese espacio era de todos- de los privados.
Paseo por la calle central de Odense y me encuentro… ¡un mendigo! Por la demacrada si bien clara fisonomía, danés de pura cepa, aborigen del norte sin duda. El hombre extiende unos cartones y se tira a dormir allí mismo, después de arrimar contra la pared los dos carritos de supermercado que contienen lo que, al parecer, son todas sus pertenencias. Pero, ¿un mendigo en Dinamarca? Paso dos horas más tarde por allí y el hombre sigue sobando sin que haya aparecido la policía para solventar tan anómala situación.
Son tan sólo unos indicadores de que la puerta se ha entreabierto y ha comenzado a entrar el aire. El problema es que no se trata de aire fresco, no.