Aeropuerto de Helsinki. Me gustan los aeropuertos, y no tengo ningún problema en llegar con mucho tiempo de antelación y dar una vuelta y observar. Muchas veces, más de las que uno quisiera se encuentra a alguna maruja pasada de vueltas o a algún macho carpetovetónico que protestan todos llenos de razón porque hay algo que no les gusta y creen que el planeta gira al ritmo que deciden ellos. Suele caerme la cara de vergüenza porque, con muy escasas excepciones, tales sujetos portan un DNI español: no son humildes inmigrantes del Tercer Mundo ni ciudadanos de países más desarrollados que España.
Por una de esas casualidades de la vida, en el aeropuerto de Helsinki me tropiezo con dos de esos ejemplares. Una muy amable trabajadora de Finnair -que habla un correctísimo español, por cierto- indica a dos de un grupo de tres que llevan un par de bultos en vez de uno, y que el segundo es muy grande. El hombre refunfuña algo y acaba aceptando que su maleta no viaje encima de su cabeza sino en los estantes que hay a la entrada. Muy cerca de él, ya que el paisano viaja, al igual que sus dos compañeros, en business.
¡Ah, pero la maruja no cede! Con aires de absoluta superioridad, esa mujer pasados los sesenta y decorada cuerpo y ropa como si viviera en la juventud ida para siempre, argumenta que vuelan en primera, que vienen de Londres y luego de Copenhague, que jamás les ha pasado, que esto es una vergüenza y que ella no está conforme… aunque tiene que acabar tragando si quiere ir a Estocolmo.
Se ve de buena familia, con dinero, son quizás los tres empresarios en viaje de negocios, por lo que había pillado de la conversación. Diría que quizás de la jet set.
Al fin la empleada coloca unas etiquetas al sobreequipaje, explica que el avión es más pequeño que otros y los cretinos embarcan. Son británicos.