Tornio (Finlandia). El viaje tiene su atractivo inicial, con desvío obligado por la Policía ya que un camión demasiado alto ha tenido a bien cargarse las señales superiores de la autovía. Después, nieve y más nieve, con la carretera bien limpia, un cementerio metido bajo el manto blanco y, de vez en cuando, alguna parada para recoger a un joven primero, a otro después, y el resto, gente que hace muchos años que se jubiló y que espera (a veces a la intemperie) a que llegue puntual el autobús.
Esa es la tónica desde Oulu hasta Kemi, con el conductor de este viejo cacharro (40 años) mostrándose como un maníaco de la sintonización de emisoras. Por cierto, sólo hay un altavoz, y está a su lado.
En Kemi las casas de las aldeas (o sea, los edificios de madera) dan paso al hormigón. Las viviendas tienen tres alturas y alguna, desperdigada, llega a las seis. Parada y fonda, pues, en Kemi, en una humilde y agradable estación de autobuses en la que hay algún vehículo tan viejo como éste. Baja la mayoría del personal, conductor incluido, se para el venerable motor y dentro quedamos, en el silencio más absoluto, cuatro personas.
Poco dura el descanso, cierto, y suben cuatro jóvenes -cada uno por su lado- y otro jubilado. Todo se hace aquí a ritmo no rápido y constante, sin tensión, sin nervios. Y con ese clima se llega a Tornio, en la práctica unida a la sueca Haparanda hasta el extremo de que más adelante voy a dar, de pura casualidad, con el edificio que fue aduana.
El día cunde, tras haber regresado a Finlandia, entrar de nuevo en Suecia y volver a Finlandia para subir al autobús a Oulu. Amabilidad en todas partes: en el Ayuntamiento, en el periódico de Haparanda, en Ikea, en el café Picnic del centro comercial (Tornio) donde al final hago el tiempo tomando un té y disfruto de la maravillosa puesta de sol (¡lástima de aurora boreal…!), en los conductores que siempre, sin excepción, ceden el paso a los viandantes… Y todo esto a 4.700 kilómetros de la Red Natura del río Tambre.