La Voz de Galicia
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Hace cinco años, el pintor Pablo Gallo (A Coruña, 1975) decidió crear un libro en el que 131 escritores vivos invocasen a sus escritores muertos de cabecera. Cada autor vivo elegiría una cita de su autor muerto y Gallo confrontaría sus miradas con una ilustración sobre el texto evocado. La primera persona a la que invitó a colaborar fue Enrique Vila-Matas. La última, Victoria Cirlot, la hija del poeta Juan Eduardo Cirlot, cuyo Diccionario de símbolos está en la raíz misma de esta obra. Así nació el Libro de las invocaciones (Reino de Cordelia):
—Durante los cinco años que he tardado en concluirlo, he imaginado este libro de muy diferentes maneras. Según el entusiasmo o la desesperación que sentía al avanzar o retroceder en su construcción lo he imaginado como un bosque, como un laberinto, como un infierno. Pero, una vez terminado, he vuelto a verlo como una fiesta.
Una fiesta que convoca a escritores del más allá y a autores del más acá, aunque durante estos cinco años que duró la elaboración del volumen, cuatro de los literatos vivos se pasaron al otro lado: Félix Romeo, Ramiro Pinilla, Ana María Moix y Rafael Chirbes.
«Escritores actuales evocan a sus grandes clásicos», reza el subtítulo. «La vida y la muerte mirándose de reojo», se titula el prólogo, justo frente a las miradas cruzadas de Gallo y Cirlot. También podría titularse Los muertos y las muertas, como la obra de Ramón Gómez de la Serna, que por supuesto también sale en estas páginas, invocado o convocado por Claudia Apablaza, que fue capaz de elegir una sola frase de Ramón:
—La q es la p que vuelve de paseo.
Porque este libro también tiene algo de suma de greguerías y de paseo. Por eso sale también Robert Walser. Y por eso contiene muchas verdades pequeñas, que desfilan como hormigas sobre las páginas, entre miradas de reojo e ilustraciones a dos tintas. Las verdades de Borges o de Chesterton, al que tanto admiraba Borges, y que aparece por invocación de Vila-Matas:
—Uno se pasa la vida descubriendo que los otros tienen razón.