Resulta asombroso que en el 2010 se pueda exhibir en el mostrador de novedades de las librerías un título escrito por William S. Burroughs y Jack Kerouac, dos de los grandes popes de aquella generación beat que en los años cincuenta sacudió las conciencias de América con una literatura desmedida, directa, irreverente, sensual y que trasladaba al papel, con sus salpicaduras, borrones y arañazos, la vida misma. Y, sin embargo, aquí está Y los hipopótamos se cocieron en sus tanques, la novela tecleada a cuatro manos por Burroughs y Kerouac en 1945 y que sesenta años después de su creación, cuando ya todos sus protagonistas han desaparecido del mapa, emerge de las catacumbas para ver la luz.
A bote pronto, el título mismo parece extraído de uno de los versos alucinados (y alucinantes) del Poeta en Nueva York de Lorca. Pero no. La frase está escrita con la sucia poesía de las crónicas de sucesos: «El camarero tenía puesta la radio. Un locutor estaba dando la noticia de que había un incendio en un circo y oí que decía: ‘Y los hipopótamos se cocieron y murieron en sus tanques’» (página 45). Como señala James W. Grauerholz —responsable de la recuperación y edición del libro— en el epílogo, los autores ofrecieron versiones contradictorias sobre el episodio en el que se inspiró el título y no está nada claro si se incendió un zoo londinense o un circo neoyorquino. Tal vez los hipopótamos solo hirvieron en la imaginación de Burroughs y Kerouac. Ya sabemos que en el territorio beat, leyenda y realidad se mezclan sin complejos. Un mestizaje al que contribuyeron generosamente los autores, alimentando el fuego de los mitos con las anécdotas (inventadas o al menos deformadas) con que adornaban sus entrevistas.
OCULTO BAJO LAS TABLAS
A esa mitología pertenece sin duda la novela en cuestión, que según Kerouac permaneció oculta durante años bajo las tablas del suelo de su casa de Lowell (Massachusetts). Ignoramos si ese era o no el escondite del relato, pero sí nos consta que se transformó en una especie de eterna bala en la recámara, ya que en 1945 nadie quiso editar el texto de aquellos dos estrafalarios y desconocidos literatos, y, pasados los años, el episodio real que se cuenta en la novela se convirtió en un obstáculo insalvable para su publicación.
Como casi toda la creación beat, el libro es profundamente autobiográfico. Los autores lo dividieron en capítulos alternos narrados por Will Dennison (Burroughs) y Mike Ryko (Kerouac), que relatan la desnortada existencia que en agosto de 1944 llevaban junto a sus colegas en el Greenwich Village neoyorquino. Durante el último año de la Segunda Guerra Mundial, mientras la Historia jugaba sus naipes sobre el filo de la navaja de un pequeño fragmento de la costa de Normandía, los beat ganduleaban de bar en bar y de cama en cama, pegando sablazos, bebiéndose el mundo como si cada trago fuera el último, y maquinando proyectos disparatados, como su plan para embarcarse en un carguero rumbo a Francia y luego huir a pie a París: «Cuando lleguemos allí vamos a abandonar el barco y echaremos a andar campo a través hasta París. Para entonces los aliados ya habrán avanzado hasta París e incluso puede que se haya acabado la guerra. Pensamos hacernos pasar por franceses. Como yo no sé hablar francés muy bien, seré una especie de campesino medio idiota. Mike, que sí habla francés bien, será el que hable lo que haya que hablar. Viajaremos en carretas de bueyes y dormiremos en pajares hasta llegar a la orilla izquierda» (página 75).
De estos sueños, espoleados por los vapores del whisky y el humo de la marihuana, despertaron bruscamente el 14 de agosto de 1944, cuando su compinche Lucien Carr (Phillip Tourain en el libro) apuñaló a su amigo Dave Kammerer (Ramsay Allen) y arrojó el cuerpo a las aguas del Hudson. Tras cumplir la pena por asesinato, Carr enterró su pasado beat, rehízo su vida como periodista y llegó a ser redactor jefe de la agencia United Press, por lo que los autores le prometieron no publicar la novela en la que se detallaba el crimen (algo maquillado) hasta después de su muerte. Fallecido Carr en el 2005, Grauerholz, albacea de Burroughs, retomó el proyecto de publicación. Y los hipopótamos se cocieron en sus tanques vio finalmente la luz en inglés en el 2008 y ahora, cuando el texto cumple ya 65 años, llega al público español. No tiene la altura de En la carretera (pocos libros la tienen) pero sí es una novela fresca, descarada y vital que plasma la atmósfera efervescente de aquel legendario Village.
EL ROLLO ORIGINAL
También publica ahora Anagrama la colección de ensayos Kerouac en la carretera. Sobre el rollo mecanografiado original y la generación beat, que reúne cuatro estudios firmados por Howard Cunnell, Penny Vlagopoulos, George Mouratidis y Joshua Kupetz. Como ya advierte la escueta nota editorial que abre este volumen, se trata en realidad de la traducción al español de los trabajos que servían de presentación a En la carretera. El rollo original, libro publicado en el 2007 por el sello Viking, que con medio siglo de retraso recogía el primer manuscrito de la novela de Kerouac, sin los cortes y enmiendas que se introdujeron posteriormente en el texto que vio la luz en 1957. Los textos, aunque desgajados de su lugar y función originales, resultan de enorme interés para comprender las claves del proceso creativo del autor. Por ejemplo, el ensayo de Cunnell (responsable de la edición del rollo original) desmonta algunas de las falsas leyendas y anécdotas que rodean este libro y demuestra que Kerouac, bohemias al margen, era un escritor concienzudo que pulía cada párrafo hasta arrancarle su brillo preciso y definitivo.
*Texto publicado hoy en el suplemento Culturas de La Voz de Galicia
Foto: William S. Burroughs y Jack Kerouac
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