La Voz de Galicia
Navegar es necesario, vivir no es necesario (Pompeyo)
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Ítalo Calvino, maestro en el dificilísimo arte de deslizarse por el filo de la navaja de la realidad, descubrió extraños y portentosos usos de las palabras que nadie había soñado con antelación. Es el caso, por ejemplo, del adjetivo demediado, para el que se inventó un personaje, el vizconde Medardo de Torralba, al que le colgó del cuello el adjetivo y una de las más hermosas  historias jamás escritas (y escrita, perdón por la redundancia, cuando ya el mundo enfermaba del mal de no saber si se podía escribir algo más). Al vizconde le voló la mitad del cuerpo una bala de cañón turco y así nació el uso de la palabra demediada que ahora, triquiñuelas de la mente, se me sube a las neuronas al escuchar las mil y una conversaciones demediadas que escupen, en la cabina del bus número siete, quienes parlotean sin pausa por los teléfonos móviles.

Cuentan que Apollinaire pegaba retazos de conversaciones que escuchaba en el café para componer los collages de sus poemas. Ahora los poemas automáticos se escriben solos enlazando los fragmentos de las charlas telefónicas que se entretejen sin pausa, absurdas, surrealistas, dadaístas incluso en su afán por reducirse a cruces de monosílabos. Apollinaire hoy le mandaría mensajes por el móvil a la chorba, que mola más, porque el SMS va borrando letras de las palabras y soltando muchas kas, unas letras que ya desde Grecia tienen tufo y fonética de rebelión.

Sólo escuchamos el cincuenta por ciento de esta poesía ultraísta, porque el resto se queda empantanada en el aire de julio dibujado tras los vidrios, donde retumban las melodías de los móviles polifónicos (que no es lo mismo que poliorgásmicos, pero casi). Así, el bus se rinde un poco al dodecafonismo y al azar, ese fabuloso engranaje de las coincidencias capaz de acoplar el mugido de una pala mecánica que horada el asfalto con los acordes de Clocks, de Coldplay, que estalla en un móvil del último asiento del siete.