La Voz de Galicia
Escritos de Galicia y resto del planeta
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Lindisfarne. Si la primera vez que vine a Lindisfarne, en junio pasado, quedé impresionado, en esta, para nada. El castillo sigue siendo espectacular y continúo preguntándome cómo consiguieron construir tal mole en la única –y muy escarpada- elevación de la isla. El estar al lado o entre las ruinas de la abadía del siglo XII que fue digna heredera de la que arrasaron los vikingos en su primera razzia por el mundo adelante, un privilegio eso, mundial. Y, claro está, hay que pisar el suelo que pisaba san Cuthbert cuando convencía a san Godric para que fundara una abadía –Finchale– que acabaría siendo la cabeza del Camino Inglés.

Pero aparte de ese encanto histórico, que es mucho, a Lindisfarne le falta encanto actual, que no se lo da ni la estupenda tienda del National Trust ni la otra media docena de negocios similares. Esto parece un esqueleto histórico vacío que no lograron rellenar –hoteles al completo a pesar del mal tiempo- los turistas, todos British, que vienen a cenar, a reír a carcajada limpia (la famosa risa británica de fin de semana) y a dormir.

No sé cómo serán los otros hoteles. El único que parece tener personalidad propia es el mío, Manor House Hotel, y desde fuera resulta atractivo. El problema para mí es que duermo dentro, y ahí la cosa cambia.

La atmósfera no es friendly a pesar del intento constante y profesional de uno de los camareros y de la cordialidad de la mujer del desayuno (un desayuno, por cierto, excelente y en un comedor notable), pero lo peor es la habitación. Parece la de una vulgar pensión española de hace 20 años, muebles baratos y de nula calidad o antigüedad tipo pino miel, lavabo dentro y cuarto de baño -¡sin calefacción, y 4º en el exterior!- al cruzar el pasillo. Rollo de papel higiénico sin soporte y ahí queda en la repisa. Cisterna del váter que tarda en cargar entre 15 y 20 minutos. Televisor minúsculo con mando a distancia sin pilas. Colchón necesitado de retiro absoluto tras haber sido testigo de mil batallas. Y, eso sí, ventana con buenos cristales que cierra y frisa de maravilla. A Dios gracias, porque con la que está cayendo…

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