La Voz de Galicia
Escritos de Galicia y resto del planeta
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Lindisfarne. La tormenta es de las que hacen época. Y a las primeras de cambio, como siempre, carreteras inundadas. Un enorme y completo arco iris enmarca el castillo de Bamburg, impresionante desde el sur. Al contrario de lo que sucede en Galicia, las olas están muy juntas, juntísimas, y presentan un aspecto monstruoso y devorador porque dan la impresión de que toda la tierra se va a poner a vibrar como el mar. Y en la tierra estoy yo.

Amainó un poco. Quizás por eso pueda pasar el causeway de Lindisfarne, tres kilómetros de los cuales 200 interminables metros no són más que el Atlántico moviéndose sobre una carretera que queda unos centímetros más abajo.

Lindisfarne está como en el verano… pero con mucha menos gente. Y la que hay es típica británica, forrada con buena ropa contra la lluvia y el frío.

Y una buena parte de esa tropa está en Crown and Anchor. Con un par de excepciones, soy el más joven, porque este es un país donde la vanguardia de los senderistas no veraniegos son los jubilados. Y los perros, claro, y por eso comercios y pubs anuncia bien claro que tales animales son bienvenidos. De los gatos no dicen nada, por suerte.

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La atmósfera en el pub es sencilla, grata, respetuosa. Muy auténtica. Nadie levanta la voz en medio del relax –eso queda para las risas, que harán acto de presencia en cuanto el Sol se ponga- y la alegría humana que se respira. Todo un símbolo de un país que para mantener su tradiciones –no todas recomendables, créanme- ha votado Brexit.