Vigo. Mi primera visita al Museo do Mar, uno de esos enclaves que, gusten o no, todo gallego debe visitar. Tiene problemas con su web, que hay que solventar cuanto antes, pero eso no es causa, motivo ni razón para no llegarse hasta allí, casi al extremo de la playa de Samil, para ver este conjunto de edificios impecablemente rehabilitados que acogen piezas de lo más variadas e incluso una exposición (parece que pictórica) sólo para iniciados, pero que está muy bien que alguien se dedique a eso y que incluso hasta afirme (la libertad de expresión constitucional) que eso es arte.
El museo está sobre un castro excavado parcialmente, y lo que eché de menos es que no se muestren las piezas que se hayan podido encontrar ahí, porque cerámica seguro que ha salido. La cafetería-restaurante, preciosa y con un trato muy atento. Pequeña e íntima, el acierto es que se encuentra sobre una playita que, en fin, tiene pegados a ella unos edificios de escasa altura pero vaya por Dios. Pero claro, de eso el museo no tiene culpa.
El sistema para pasar de un edificio a otro no es que sea complejo, pero sorprende: una entrada con códigos de barras. Y si a los mayores lo que más les va a impresionar es, sin duda, la panorámica, con las Cíes al fondo, los pequeños disfrutarán con el tiburón, rodaballos y demás familia en el acuario. Una recomendación: si se va al faro, los menores deben ir de la mano.