La Voz de Galicia
Escritos de Galicia y resto del planeta
Seleccionar página

faro5faro1faro2

Faro de A Illa de Arousa. En A Illa de Arousa conozco a tres personas (a más, pero estas representan a sus negocios), Ramiro, Ana y Ramón, pero como las tres regentan lugares para comer, cada vez que vengo a esta vieja isla visito a una. Así que aprovechando el buen tiempo reinante -¡qué maravilla de verano!- aquí nos hemos plantado. Coro, Ana y Martín se han quedado por la mañana en la playa que está atrás del limpio y muy acogedor cámping El Edén que lleva Ramiro. Sucia, con una cierta sensación de abandono. Bueno, he aprovechado para ironizar sobre eso de ir a la playa y que, para resumir, odio. Antón y yo, mientras tanto, hemos decidido cruzar andando la isla de sur a norte: hora y media, más una parada en el puerto de Xufre para reponer fuerzas con unos camarones nada buenos, por cierto. Caminando es como se ve mejor el deterioro de la isla: no hay nada grande y grave, y sí muchas cosas pequeñas: restos pequeñitos de obras, algo tirado aquí y allá, un toque de cemento… No me gustó, no.

Pero en esta ocasión la meta era el faro de Punta Cabalo, uno de los dos de Galicia convertido en restaurante gracias al impulso de Ramón. Cuando hace un año publiqué un post hubo varios comentarios a favor y en contra (gracias a todos, por cierto), de manera que iba con las orejas tiesas y hasta con un cierto punto de prevención.

El recibimiento por parte de Noemí, Roi y Ramón fue excelente. Como era temprano y sólo había clientela de vermú, hubo tiempo para charlar en una atmósfera encantadora. En verdad que no sé de dónde salen las críticas, porque aquello sigue siendo un paraíso, muy buena decoración, trato profesional en todo momento y no conmigo, sino con cualquiera (incluso fui haciéndome el despistado por la terraza, estirando la oreja), comida excelente y precio ajustado. No barato, no caro. Lo justo. Otra cosa es que a usted o a mí se nos haga caro o barato, pero ahí se trata del bolsillo de cada uno.

¿El punto débil? El de siempre: los servicios. Están metidos en lo que fue el almacén del faro, donde se guardaban las botellas de gas necesarias para el funcionamiento. Es un edificio de principios del siglo XX que ellos quieren arreglar pagando de su bolsillo, pero entre Costas, Patrimonio o no se sabe muy bien quién todavía no ha llegado la autorización ni la denegación. Lo cual es para asombrarse, por aquello de decirlo en educado. Porque que unos empresarios quieran invertir en reconstruir tal cual un edificio de casi un siglo de antigüedad, respetando las paredes que aún están de pie y retirando la parte nueva que ellos mismos colocaron como solución provisional, y que la Administración no diga ni blanco ni negro, es como para mandar todo al infierno. Y luego nos quejaríamos y lamentaríamos de que un faro se arruinase. Así es este país: los funcionarios, que cobran de nuestros impuestos, van al ritmo que ellos mismos deciden. Y la economía productiva, a remolque. ¡Bendita Dinamarca!